jueves, 29 de mayo de 2014

BRASIL Y LA COPA MUNDIAL DE FÚTBOL 1.

MANUEL DÍAZ APONTE
En pocos días, la población mundial estará concentrada en la celebración de la Copa Mundial de Fútbol, que tendrá  como escenario a Brasil, una de las economías más pujantes del mundo. Para toda América Latina es un orgullo que el gigante del cono sur sea la sede de este magno evento deportivo, y por lo cual debemos abogar que alcance todo el  éxito.
Precisamente, la primera vez que se organizó este clásico mundial, fue en Uruguay, Montevideo, en 1930. Posteriormente, otras naciones Latinoamericanas, como Brasil; Chile, México, Argentina y Colombia obtuvieron ese honor.
Los brasileños celebraron su primera copa mundial en 1950, siendo la primera sede tras la Segunda Guerra Mundial,  cayendo derrotados 2-1 frente al seleccionado uruguayo en el mítico estadio de Maracaná, en Rio de Janeiro.
La población de Brasil y de toda América Latina debe integrarse a respaldar la Copa Mundial de Fútbol que se inaugurará en la hermosa y acogedora ciudad de Rio de Janeiro, dejando de lado las pasiones y el movimiento que intenta boicotear la histórica cita.
Ciertamente, todavía en Brasil hay millones de personas que carecen de una vivienda y de los servicios más elementales para lograr una vida digna. Y las protestas buscan reivindicar el derecho legítimo de esos seres humanos que merecen una  vida mejor.
Sin embargo, no se puede ignorar que tanto en las administraciones del ex presidente Luís Ignacio Lula Da Silva como de la actual mandataria, Dilma Rousseff,  se concentran los mayores esfuerzos por reducir las desigualdades sociales en esa nación suramericana.   
Diversos organismos, entre ellos, el Banco Mundial, han reconocido que en el gobierno de Lula, 40 millones de brasileños dejaron la pobreza para pasar a convertirse en clase media con capacidad de consumo.
Y probablemente, sean Rousseff y Lula los dos gobernantes que mayores iniciativas sociales hayan aplicados dirigidas a los más desamparados de la fortuna.   
Es decir, la pobreza en Brasil como en casi toda Latinoamérica tiene raíces históricas, lo mismo que el robo de los fondos públicos. Los colonizadores europeos tanto los portugueses que se establecieron en el territorio brasileño, como los españoles que lo hicieron en otras latitudes de la región, incluida la República Dominicana, nos enseñaron a malversar.
Sorprende que ahora algunos medios occidentales estén magnificando y hasta incentivando las protestas que realizan sectores marginados brasileños que pretenden inútilmente de impedir la celebración de la Copa Mundial de Fútbol.
¿Acaso la pobreza que estrangula a millares de brasileños actualmente es una consecuencia de la realización de esta Copa Mundial de Fútbol?  Obviamente que no. Es la desigualdad social, la corrupción administrativa de los bienes públicos y la ausencia de políticas que promuevan la generación de empleos, especialmente en el área rural, tradicionalmente el mayor foco de conflictos ante el fantasma del latifundismo que ha perseguido la historia y crecimiento de esta nación.
Diversas producciones cinematográficas y telenovelas, entre ellas, “Roque Santeiro”, han recreado exitosamente el drama de la concentración de las tierras en pocas manos y de la pauperización del campesinado de Brasil, penosa experiencia que se registra en toda América Latina.  
Marcelo Neri, economista autor de un texto reciente sobre "La nueva clase media" en Brasil, apunta que una parte significativa de los brasileños experimentaron en los últimos diez años un notable ascenso económico y social.
Según Neri, quien preside el Instituto Brasileño de Investigación  Económica  Aplicada, entre 2003 y 2011 cerca de 39,6 millones de personas pasaron a engrosar esa clase "C" en Brasil, que sumó 55,05% de la población total de casi 195 millones de habitantes.

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